Entre el desorden completo de la entropía máxima y el orden perfecto de la quietud del cero absoluto, se encuentra la vida: un sistema abierto y fuera del equilibrio que, aprovechando fuentes de energía externas como el Sol, es capaz de reducir su entropía, crear orden, y mantenerlo por fluctuaciones, en un equilibrio inestable y frágil, capaz de adaptarse al ambiente cambiante. Y para ello, juega equilibrando su nivel de diversidad.
Sus genes mutan en cada nuevo espécimen, otorgándole la oportunidad de explorar nuevas alternativas adaptativas. Pero no puede alejarse en exceso de su bagaje genético original, a riesgo de volverse inútil o estéril dentro de su especie. El ambiente selecciona - y por tanto ordena - un perfil concreto de genes a los que permite sobrevivir dentro de un ecosistema dado, pero la especie retiene siempre una reserva de variabilidad, una parte de sus genes (e individuos) que, aunque se hayan considerado como ADN basura, son en realidad un depósito que puede resultar potencialmente muy útil si las condiciones cambian y es preciso echar mano de la imaginación. En ese equilibrio entre ser demasiado diversos o demasiado poco diversos, las especies juegan sus cartas y experimentan alternativas, dando lugar a nuevas especies, y evolucionando en la lucha por la supervivencia.
En las culturas humanas sucede de forma semejante, aunque a una velocidad de cambio mucho mayor. La transmisión de información cultural mediante memes consolida un bagaje memético que las sucesivas generaciones heredan y van alterando poco a poco en función de las circunstancias, en muchas ocasiones de forma inútil y en otras de forma práctica. Ya se encarga la competición intraespecífica de depurar buena parte de las prácticas culturales contraindicadas para la supervivencia. Pero al ser una especie social, los Homo sapiens somos altamente dependientes los unos de los otros, por lo que alejarnos del grupo nos expone a una intemperie mortal. En ese sentido, la disidencia, por lo general, es castigada. Pero no del todo: es imprescindible que las culturas den salida a la emergente diversidad, aunque no sea políticamente correcta, porque les permite innovar, les permite experimentar, y encontrar respuestas a nuevos problemas. Pero indudablemente, no pueden maximizar esta diversidad, porque su cohesión social mermaría, y andan buscando, desde hace milenios, distintos equilibrios.
Pues bien, este equilibrio puede servir para alumbrar la historia del desarrollo económico. Así, es posible observar que, entre otros muchos factores, las sociedades humanas tienden a encontrar un óptimo en el nivel de diversidad según sea su nivel de complejidad. Para ello, algunos autores han tratado de medir el nivel de diversidad a través de la homogeneidad/heterogeneidad en distintas métricas genéticas, físicas, conductuales, culturales, lingüísticas, etc.
Una de ellas pone el foco en nuestro origen remoto en África. Aunque la cultura ha facilitado a los humanos la posibilidad de desplazarse masivamente por todo el globo, la huella de las prolongadísimas migraciones de Sapiens desde su África natal sigue presente en la diversidad de nuestras poblaciones, y esta puede servir para explicar las diferencias en la capacidad de adaptación, innovación y de desarrollo económico que presentan los distintos grupos humanos. Así lo han planteado algunos economistas como Oded Galor, como muestra en su libro El viaje de la humanidad: El big bang de las civilizaciones: el misterio del crecimiento y la desigualdad. Para medir esta diversidad, estos economistas recurren a la variable intermedia de la distancia migratoria existente entre el lugar comúnmente aceptado en el que tuvo origen nuestra especie y las distintas regiones del planeta. Esta distancia permite estimar la diversidad que presentan los distintos grupos humanos porque declina conforme estos grupos se alejan de su origen:
Esta reducción de la diversidad se debe a que el éxodo migratorio fuera de África presenta un efecto fundador en serie: este consiste en que la variedad se reduce cuando cada pequeño grupo decide migrar hacia los distintos rincones del globo sin que le sea posible llevar consigo toda la variedad de la que parte. De forma que la expansión humana desde su cuna en África ha dejado una huella profunda en el grado de variabilidad —cultural, lingüística, conductual y física— entre las poblaciones, que se reduce conforme aumenta su distancia migratoria al origen.
Pues bien, Galor y otros autores han mostrado cómo las condiciones de vida a lo largo de la historia se han visto influidas de forma significativa por los niveles de esta diversidad. Y lo han hecho además en torno a ese equilibrio que antes mencionábamos y que trata de preservar los mayores beneficios posibles del nivel de diversidad: su aumento favorece la innovación tensando la cohesión social, mientras que su reducción permite mantener esta cohesión, en detrimento de su capacidad de innovación.
O dicho de otro modo, existe un nivel óptimo de información social para cada grupo y nivel de desarrollo. Al ampliar el espectro de valores, creencias y preferencias individuales en las interacciones sociales, la diversidad disminuye la confianza interpersonal, erosiona la cohesión social, aumenta la incidencia de conflictos civiles e introduce ineficiencias en la provisión de bienes públicos. Pero, por otro lado, una mayor diversidad social ha fomentado el desarrollo económico al ampliar el espectro de rasgos individuales, como las habilidades y los enfoques para la resolución de problemas, lo que a su vez ha impulsado la especialización.
Indudablemente, autores como Galor admiten y estudian muchísimos otros factores que afectan a este nivel de desarrollo. Por ejemplo las condiciones geoclimáticas para el éxito y la productividad de los cultivos; o los entornos especialmente proclives al desarrollo de patógenos y por tanto de enfermedades; o por supuesto factores etnoculturales e institucionales que facilitan la acumulación de capital humano, etc. El crecimiento además se encuentra limitado por algunos umbrales y limitaciones estructurales. Sin embargo, una parte muy significativa del desarrollo económico y social se explica gracias a este óptimo en la diversidad para cada etapa del desarrollo, un equilibrio que muestra una forma de joroba que se repite sobre distintas variables relacionadas con el desarrollo económico. Y lo hace además de forma persistente a lo largo de los 12.000 años transcurridos desde la Revolución Neolítica. Así sucede, por ejemplo, con los antiguos niveles de densidad de población o de urbanización, los niveles actuales de renta per cápita o los niveles de intensidad de la luz nocturna (basada en imágenes de satélite):
Esta idea del óptimo en la diversidad me parece fecunda. Aunque deba criticarse, es indudable el valiente desafío que plantea, fundamentando una posición ponderada, que puede irritar tanto a los partidarios de una mayor diversidad cultural como a aquellos que reniegan del multiculturalismo; y que puede encender tanto a los que reniegan de la base biológica de nuestro desarrollo como a los que la asumen como su principal causa.
También es inevitable pensar en cómo este equilibrio en la diversidad se proyecta en la intersección de las ideologías políticas. Los extremismos totalitarios pretenden fijar un orden social homogéneo poco fructífero a la larga: desde la izquierda más opresiva, igualitarista y empobrecedora hasta la derecha más autoritaria, jerárquica y conservadora. Las voces más moderadas, en cambio, logran mejores rendimientos facilitando niveles de libertad personal que favorecen la diversidad y la innovación y son compatibles con niveles de igualdad suficientes que permitan mantener la cohesión social. Un interesante y discutible equilibrio que evoluciona en el tiempo. Volveremos sobre él.
Feliz año.
Uno de mis libros favoritos, el de Galor. Ojalá llegue a más gente.