En busca del origen del lenguaje
Un equipo multidisciplinar de paleontólogos y telecos al rescate
Muchas son las especies que establecen mecanismos de comunicación para intercambiar información crucial para su supervivencia. Los medios son enormemente diversos: químicos, eléctricos, térmicos, olfativos, auditivos, sísmicos, táctiles, visuales… Y las especies son múltiples, desde las bacterias, pasando por los animales marinos, reptiles, anfibios, y aves hasta, desde luego, los mamíferos. Sin embargo, son las especies genuinamente sociales las que fundamentan su capacidad de supervivencia en estos sistemas de comunicación. Las hormigas, por ejemplo, emplean la estridulación (roce entre partes del cuerpo) o las feromonas para articular una estructura social enormemente eficaz para la supervivencia, siendo capaces de comunicar amenazas, rutas para la localización y distribución de alimento, e incluso feromonas “de propaganda” para confundir a las especies enemigas y hacerlas luchar entre sí. Un mundo apasionante en el que nos introdujo fundamentalmente el increíble E. O. Wilson.
Sin embargo, nuestra estirpe dio un salto cualitativo cuando fue capaz de desarrollar el lenguaje articulado, lo que aumentó singularmente nuestra capacidad de cooperación y de aprendizaje colectivo. No obstante, su origen ha sido una de las mayores incógnitas de la ciencia. Para explicar su aparición, las teorías son enormemente diversas y probablemente no podrán ser nunca esclarecidas, al tratarse de un fenómeno que apenas deja registros. De hecho, esta es una cuestión tan ardua que para algunos ha llegado a considerarse el problema científico más difícil de resolver. Tanto que a finales del siglo XIX, la Sociedad Lingüística de París llegó a desterrar los debates sobre el tema, lo que repercutió en buena parte de la investigación hasta avanzado el siglo XX. El debate y la investigación abiertos siguen aún lejos del consenso.
En este recorrido, se han emprendido caminos más o menos infructuosos para intentar identificar cómo se produjo la aparición del lenguaje. Por ejemplo, se lo ha asociado a ciertas regiones del cerebro como las áreas de Broca y de Wernicke, que el Homo habilis, hace unos 2 millones de años, presuntamente ya habría desarrollado. Para ello, ha sido necesario explorar las formas endocraneales, es decir, los surcos que las convoluciones cerebrales dejan en el interior del cráneo, que es el único fósil que nos queda. Pero los resultados no parecen concluyentes aún, porque los registros son escasos, su interpretación es complicada y aunque necesario, el desarrollo de estas áreas cerebrales no basta para afirmar que estos homininos hablasen, aunque su capacidad para dominar la primera tecnología humana de la historia, la industria lítica, probablemente tuvo que contar con un mecanismo de comunicación de una potencia cercana a la del lenguaje.
Por eso, los investigadores se centraron en otra estrategia, la reconstrucción del aparato fonador, tratando de identificar la aparición de algunos rasgos fisiológicos como preadaptaciones de la capacidad fonadora. Por ejemplo, el descenso de la laringe y junto a ella el del hueso hioides, la recolocación de la glotis, la dentición más cerrada, el paladar abovedado y liso o la elongación de la faringe, donde pudieron desarrollarse las cuerdas vocales.
Esta elongación de la faringe fue probablemente seleccionada inicialmente para la proyección de sonidos más graves, que son útiles como rugido intimidatorio como sucede en otras especies, dada la correlación entre el tamaño animal y la baja frecuencia de los sonidos graves: Ser capaces de emitir sonidos más graves facilita aparentar un mayor tamaño y así meter más miedo. Los primates fueron particularmente buenos en esto, siendo capaces de producir señales de una frecuencia más grave de lo que cabría esperar por su tamaño corporal. Parece que esta adaptación permitió que el habla cooptase ese desarrollo para la producción de un rango mayor de frecuencias.
Además de lograr un espacio inusitado para las frecuencias más graves, donde fundamentalmente se ubican los sonidos vocálicos, el resto de preadaptaciones habría mejorado la capacidad de comunicación prehomínida en frecuencias más elevadas donde se ubican las consonantes. Los fonemas consonánticos, ya sean sordos o sonoros, se emplean en las lenguas mayoritarias para transmitir una mayor cantidad de información, ya que su frecuencia entre los sonidos es mucho menor que la de los fonemas vocálicos. De hecho, la mera supresión de las vocales no nos impide entender la inmensa mayoría de palabras de cualquier texto:
El lenguaje es una capacidad increíble del cerebro humano que en el habla conforma un perfil sonoro conocido como banana speech, aproximadamente entre los 250 Hz y los 5000 Hz (aunque el espectro audible se extiende entre los 20 Hz y los 20 kHz). La pronunciación de las vocales se encuentra asociada a la expresión de emociones más primarias, rasgo razonablemente compartido con otros animales sociales, y se comunica más fácilmente en un entorno de selva o de bosque tupido. Sin embargo, la comunicación de consonantes a frecuencias más altas se habría desarrollado en un entorno alejado de la reverberación selvática como el de la sabana, donde nuestros ancestros evolucionaron y donde habría sido necesario agudizar el oído para favorecer su percepción. Y es que escuchar a nuestros semejantes nos resulta mucho más útil que escuchar directamente al depredador que nos acecha o a la presa sobre la que podríamos abalanzarnos.
Sin embargo, como sucede con el tejido cerebral, la mayor parte de la estructura fonadora no fosiliza (musculatura, tendones, cartílagos,…). De manera que estas investigaciones han mostrado resultados erráticos, tratando reiteradamente de identificar indirectamente las preadaptaciones en el registro óseo también sin resultados concluyentes.
Tampoco ha tenido todavía excesivo éxito el intento por rastrear la aparición del lenguaje en el registro genético. Se ha detectado que algunos genes asociados a la capacidad del habla (como el FOXP2) habrían proliferado al facilitar la plasticidad cerebral necesaria para sobrevivir en determinados nichos, permitiendo el canto de las aves, la ecolocalización de los murciélagos y el aparato funcional del cerebro capaz de desarrollar el lenguaje. Pero aclarar la correspondencia entre un fenómeno tan complejo como el del lenguaje y la estructura genética que lo soporta está aún muy lejos de nuestro alcance.
Entonces, la multidisciplinariedad vino al rescate. Los paleontólogos se aliaron con ingenieros de telecomunicación y recurrieron a la teoría de comunicación de C. Shannon, focalizando su atención no tanto en el emisor (cerebro, aparato fonador) sino en el receptor, el oído, cuya estructura en el oído medio, compuesto fundamentalmente por huesos, sí fosiliza. La sima de los huesos de la Sierra de Atapuerca, en Burgos, contaba con suficientes ejemplares como para encontrar entre ellos yunques y estribos antediluvianos capaces de aportar una luz.
Esta alianza multidisciplinar desarrolló esta línea de investigación empleando las medidas y densidades de los huesos fósiles del oído para modelizar la estructura resonante que conformaban. El sorprendente resultado de su interesantísimo trabajo ha mostrado cómo a lo largo de la evolución humana el ancho de banda, es decir, el rango de frecuencias en las que el oído homínido resuena, fue desplazándose y ampliándose: Tomando como referencia el espectro de los chimpancés, similar al que cabría esperar de los Australopithecus, se observa cómo los primeros homininos fueron, en primer lugar, desplazándolo hacia frecuencias más altas, donde se codifican precisamente las consonantes; y en segundo lugar, ampliando su espectro total, con nuestros antepasados de Atapuerca como nexo, hasta alcanzar el canal de los humanos modernos:
El crecimiento de la información es un poderoso vector evolutivo, singular además en el caso de nuestra especie. La revolución del lenguaje humano constituye un hito fundamental de la increíble historia que puede trazarse sobre el crecimiento de la información, y además nos abre de lleno al riquísimo plano cultural. Os invito a que sigáis atentos a próximas revoluciones…
Cuántas incógnitas quedan sobre este tema, que interesante. 🤔
Muy interesante. “ Decir” es sobre todo “decirse”. El inicio del lenguaje es la cuna de lo que somos imaginamos o hacemos…o haremos.