Hacia una nueva revolución tecnoeconómica
La Inteligencia Artificial como el puntal de una nueva ola
Dos son los hitos más relevantes comúnmente admitidos en la historiografía económica: la Revolución del Neolítico y la Revolución Industrial, analizada en sucesivos ciclos económicos. Hoy podríamos hallarnos en el ascenso de una nueva ola de innovación, acaso sin precedentes, de la mano de la Inteligencia Artificial.
Hace casi dos decenas de milenios, la irregular y titubeante Revolución Neolítica nos acabó sedentarizando, facilitando la aparición de los primeros asentamientos y ciudades sostenidos por la agricultura que resultaba económicamente mucho más productiva que el régimen de caza y recolección que las pequeñas bandas humanas habían mantenido durante milenios. Aunque nuestra dieta se empobreció, el aumento de excedentes trajo pronto un crecimiento demográfico, y ello conllevó un aumento de la complejidad social, el contacto entre grupos más grandes y una progresiva socialización del conocimiento y de la innovación. De hecho, la aparición de la escritura y las primeras civilizaciones con sus primeras formas de ciencia y tecnología son consecuencia de esta primera revolución.
Sin embargo, la productividad humana siguió presa durante siglos de lo que se conoce como la trampa malthusiana, según la cual, el aumento de la productividad agrícola sólo era capaz de crecer a un ritmo aritmético, mientras que la población lo hace de forma geométrica. De manera que cualquier innovación que supone una mejora en la producción y en la calidad de vida humana pronto es mitigada de nuevo por un crecimiento demográfico superior, que vuelve a situar a la mayoría de la población en el umbral de la pobreza, como ha sucedido durante la mayor parte de nuestra historia. Y no son pocas las civilizaciones que se han derrumbado en su expansión al alcanzar los límites de su crecimiento extensivo basado en la producción agrícola hasta la catástrofe malthusiana:
La Revolución Industrial nos abrió la puerta para escapar de esta trampa con el crecimiento intensivo. Como un líquido que burbujea hasta entrar en transición de fase y comenzar a evaporarse, una serie de factores fueron acumulándose hasta provocar esta singular transformación socioeconómica que supuso un hito tremendamente significativo en la historia económica humana: El cambio institucional y de mentalidad hacia el progreso material, la acumulación de capital humano y financiero, la emergencia de la clase burguesa, el desarrollo de las técnicas financieras, y la conexión entre conocimiento y técnica introdujeron nuevas tecnologías y métodos en la producción que mejoraron la productividad en órdenes de magnitud. El desarrollo de las fábricas y la producción en masa crearon bienes a una escala mayor, reduciendo sus precios y volviéndolos mucho más accesibles, transformando la organización social y acelerando el proceso de urbanización que a su vez incentivó la innovación. Esta innovación tecnológica permitió además realizar en distintas fases una transición en el aprovechamiento de nuevas fuentes de energía, desde la histórica fuerza humana y animal hacia otras nuevas como la del carbón o el petróleo. Todo ello disparó la productividad que no sólo trajo la expansión demográfica sino, por primera vez en la historia, también la renta per cápita.
Cabe decir que la voz “revolución” tiene matices, pues no apunta tanto a la velocidad en que se produjeron los acontecimientos como a la profunda transformación que ocasionaron. Esto es cierto especialmente en el caso de la Revolución Neolítica que tardó miles de años en afianzarse y sufrió importantes retrocesos. La Revolución Industrial fue más persistente y mucho más breve, pero también conoció ciclos. Por ejemplo los que identificó Kondratieff (1892-1938) y que fueron heredados, desarrollados y popularizados por el famoso economista de la destrucción creativa, Joseph Schumpeter (1883-1950). Las llamadas “olas” de Kondratieff definen así distintos ciclos históricos “largos”, de decenas de años, conocidos hoy como paradigmas tecnoeconómicos (Carlota Pérez), que fueron precedidos por una serie de innovaciones disruptivas, caracterizaron la expansión del crecimiento económico mundial y su posterior contención finalizando con su crisis correspondiente:
Con las primeras cuatro olas, las sociedades fueron progresivamente abandonado su base agrícola y pasaron a la mecanización, el desarrollo de los transportes, la electricidad, la industria química, la masificación del consumo, la industria automotriz y petroquímica, etc. La quinta y hasta la fecha última de las olas reconocidas en la historiografía económica se habría producido de la mano de la revolución de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC), que habrían supuesto la expansión de la electrónica a todas las esferas productivas, con la aparición de Internet y el establecimiento de nuevos modelos de negocio acelerados por la digitalización. Se discute actualmente si la Gran Recesión de 2008 pudo suponer el fin de este quinto ciclo.
Tras una década de resaca posterior a la Gran Recesión e impactados todavía por los efectos de la pandemia de 2020, nos asomamos ahora a una nueva década del siglo XXI en la que los economistas volverán probablemente a estrellarse, intentando predecir con su bola de cristal el futuro, como lo hacen los meteorólogos al intentar anticipar el clima. Pero aun así, sigue siendo tentador especular con lo que está por venir. Algunas visiones más pesimistas hablan de estanflación, del agotamiento de nuestra capacidad de innovación, de un nuevo conflicto geopolítico, y/o de la inevitable, impactante y duradera crisis climatica.
Otros, sin embargo, consideran que la quinta ola de Kondratieff sobre las TIC habría en realidad roto con el carácter industrial de las anteriores y supondría un cambio sustancial en el que habríamos dejado de transformar la energía para pasar a transformar la información a las puertas de un nuevo ciclo:
Otros, sin embargo, no reconocen una superación de la etapa industrial, sino que han presentado un esquema que subsume la revolución digital como una más de las olas de la Revolución Industrial, simplificando el esquema de Kondratieff: Tras la primera Revolución Industrial de finales del siglo XVIII, y la segunda de finales del siglo XIX con la producción en masa y la introducción de la electricidad, el acero y el petróleo, la tercera revolución industrial habría consistido en la revolución digital de las TIC. Bajo esta perspectiva, desde hace años se viene hablando del advenimiento de una cuarta revolución industrial, Industria 4.0 o 4IR relacionada con la penetración decisiva de la IA, la robótica y la IoT (Internet of Things).
Fuera como tercera o como quinta, parece que esta ola tuvo en la Gran Recesión global de 2008 un final al que han seguido tímidos crecimientos económicos, hallándonos hoy, década y media después, ante el preludio de una nueva ola, que podría estar empezando a manifestarse económicamente:
Esta nueva ola ciertamente estaría intensamente basada en información, como réplica del terremoto de finales del siglo XX que supuso la anterior, con tecnologías que impulsan, extienden y mejoran la capacidad de procesamiento de información, como por ejemplo:
Robótica para la automatización de la industria (Industria 4.0).
Nanotecnología y computación cuántica.
Biotecnología y salud psicosocial.
Transición energética, sostenibilidad y movilidad (5G, IoT, vehículos autónomos).
Blockchain y criptomonedas.
Metaverso, realidad aumentada y realidad virtual.
Etc.
En el fondo de todas ellas destaca la IA, en gran medida porque se encuentra o acabará encontrándose en la base de todas las demás tecnologías. De hecho, desde hace unos años se viene hablando de cómo la IA nos está abriendo en esta sexta ola a las tecnologías MANBRIC (med-bio-nanorobo-info-cognitive). A pesar de toda la inflación de expectativas e ingenuos futuribles que existen en torno a ella, puede reconocerse que la IA parece estar situándose como el puntal que soporte la edificación de esta nueva ola y que los avances revolucionarios que está empezando a propiciar en eficiencia, capacidad predictiva, automatización, perfilado, optimización… acabarán constituyendo un nuevo salto cualitativo.
Es posible que detrás de este hype venga un nuevo invierno de la IA, como los que se han vivido en décadas pasadas desde que se acuñó el término a mediados de los años cincuenta del siglo XX - como exitosa maniobra de marketing para captar fondos, todo sea dicho, porque la voz inteligencia es bastante osada incluso todavía. Pero el abaratamiento y el aumento en la capacidad de las TIC de las últimas décadas y la masiva proliferación de datos pueden haber alcanzado un nivel para que un nuevo efecto umbral sea traspasado y otra transición tenga lugar. La realimentación de los mecanismos de aprendizaje profundo, aunque opacos, están resultando sorprendentemente eficientes y capaces.
Ciertamente, sigue reabriéndose el debate sobre la posibilidad de construir una IA General (AGI) capaz de extender la radical eficacia de la IA estrecha. Esta ya ha demostrado ser capaz de superarnos en tareas específicas, como en los juegos del ajedrez o del go, aprendiendo de cero y en tiempo récord y desarrollando estrategias desconocidas durante milenios por los humanos para batir a los jugadores más expertos del planeta. La IA General, sin embargo, sería capaz de competir con la inteligencia humana, abarcando diferentes áreas y capacidades. De hecho, algunos vuelven a coquetear con la idea de que la IA sea capaz de llegar a superarnos hasta los pronósticos de la singularidad tecnológica de los Vinge, Kurzweil, Bostrom y compañía, cuando la IA tome el control de su propio desarrollo. Algunos revisitan, no sin críticas, esta idea, y apuntan a que la AGI podría llegar en menos de 10 años o incluso de 5, para 2028.
Mientras tanto, la IA sigue impresionando al mundo, destacando asombrosamente en capacidades humanas que hasta hace poco creíamos exclusivas de nuestra especie e incluso en algunas que están fuera de nuestro alcance. La IA está ya:
Operando desde hace años en el ABS de los coches, en juguetes y videojuegos, en los pilotos automáticos de aviones, en los emergentes coches autónomos y en la red eléctrica de muchos países.
Facilitando el arduo y costoso cálculo para la combinación de aminoácidos que hace posible la construcción de proteínas.
Mejorando la eficacia de fármacos o el diagnóstico de enfermedades como el Alzheimer o el párkinson.
Ayudando al desarrollo de nuevos medicamentos.
Mejorando espectacularmente las tasas de errores en el diagnóstico de cáncer.
Logrando enormes progresos en el reconocimiento de la voz y de las expresiones faciales como los labios, las emociones, la detección de mentiras, e incluso la expresión lingüística de personas sin habla.
Interviniendo en la mitad de las nuevas parejas norteamericanas.
Destacando en el procesamiento del lenguaje natural, la producción de textos, imágenes, vídeos, la traducción o incluso el doblaje que mantiene el timbre de voz original. Disruptiva ha sido la llegada de los grandes modelos del lenguaje (LLM) como ChatGPT o Gemini.
Empezando a aprender como hacemos los humanos, conectando cada nuevo aprendizaje con los anteriores y llegando a generalizar nuevos conceptos.
Siendo capaz de predecir a partir de imágenes faciales qué persona va a morir en el futuro inmediato.
Contribuyendo en definitiva al desarrollo económico.
Y un largo y creciente etcétera.
Ciertamente, toda nueva tecnología lleva aparejado su accidente. Que se lo digan a la energía nuclear. Así que no puede negarse que existen determinados aspectos en los que la potencia de la IA podría poner en grave riesgo nuestra privacidad y dignidad, nuestra convivencia con la desinformación y la polarización política, nuestra integridad con la manipulación psicológica, el uso adictivo y exprimidor de nuestro narcisismo, así como puede servir para el desarrollo de armas letales autónomas (LAWS) o para asomarnos al abismo más estremecedor de nuestra propia reconfiguración genética con todas las oportunidades y riesgos que ello conlleve. Sin embargo, muchos tecnooptimistas siguen confiando en que la IA será quien navegue con éxito esta nueva ola de innovación de forma prometedora y que nos espera a la vuelta de pocas décadas.
Agarrémonos, que todo apunta a que vienen curvas.