El origen del dinero como tecnología de la información
Codificando favores pendientes socialmente reconocibles
El Homo Sapiens es una especie singular, que destaca por su capacidad para procesar información. Ella es la que se encuentra en la base de su enorme habilidad para cooperar en grupos extensos. El lenguaje articulado es probablemente su primera gran revolución. Pero avanzados los milenios, desarrolló una de las formas más tempranas de cooperación sobre información codificada y que supone una clara ventaja adaptativa: el dinero. El dinero permitió a los primeros humanos modernos resolver problemas de cooperación que otros animales no pueden, incluidos problemas de altruismo y de mitigación de la agresión.
En el ámbito animal suele darse con frecuencia el dilema del prisionero, en el que los tramposos suelen proliferar, limitando su capacidad adaptativa. Sin embargo, a veces los animales llegan a cooperar cuando encuentran estrategias llamadas del ojo por ojo, aquellas en las que persisten en la cooperación hasta que la otra parte haga trampa, desistiendo entonces. Las escasas formas de cooperación animal como el parasitismo o la simbiosis se ven además fuertemente limitadas o restringidas a ámbitos o territorios muy particulares (p. ej. el propio cuerpo del huésped). Sin embargo, ya comienzan a mostrar que, más allá del altruismo de parentesco, la evolución favorece ciertos comportamientos de altruismo recíproco dirigido por los genes (p. ej. el murciélago vampiro comparte la sangre excedente que ha succionado con otros murciélagos con los que no está emparentado).
Como especie altamente social, el ser humano desarrolló fuertes lazos en sus respectivos grupos dentro del régimen de caza y recolección propio del Paleolítico, pero estableció importantes recelos intraespecíficos con respecto al resto de tribus. La vulnerabilidad del individuo era muy alta, y la dependencia del grupo de referencia fundamental. La inmensa mayoría de los esfuerzos se orientaban a la mera supervivencia. Por eso, siempre resultó desconcertante para los investigadores encontrar entre los registros arqueológicos de los Sapiens objetos aparentemente inútiles y sin embargo costosos de obtener, que parecían fabricarse “por puro placer”. Pero detrás de este placer tan persistente en el registro arqueológico, sin un propósito claro como el de las herramientas de corte, tenía que haber una explicación evolutiva, una estrategia fundamental para la supervivencia.
La clave reside en detenerse un momento y pensar en la naturaleza del dinero. Frente al valor intrínseco que solemos atribuirle, el dinero que sirve como medio para el intercambio económico no es sino un proceso de almacenamiento y procesamiento de información social para transferir riqueza. En su sentido original, no sería sino una forma de expresar una pieza de información fundamental para la supervivencia: la confianza en que el grupo en su conjunto responderá y reconocerá el valor del objeto simbólico empleado como dinero. Es una forma especialmente indicada para codificar favores pendientes asociados al altruismo recíproco: hoy te hago un favor y a cambio me das algo exclusivo que simbolice mi ayuda, para que pueda cobrársela al resto del grupo cuando sea yo el que necesite un favor. Ganamos todos.
La formalización de “regalos” es un universal antropológico de las culturas que, más allá del valor económico de los productos regalados, simboliza y mantiene las buenas relaciones recíprocas, imprescindibles para la supervivencia. En ese sentido, decía R. Wright que el mejor lugar para almacenar el excedente de un esquimal es el estómago de otro. El dinero, como pieza de información encarnada en objetos “coleccionables” con una serie de características específicas, permitió a los primeros humanos modernos resolver problemas de cooperación que otros animales no pueden. En resumidas cuentas, el dinero fluidifica el intercambio de bienes y servicios propio del comercio amortiguando las dificultades o limitaciones del trueque, y sirve para materializar la amenaza social de represalia sobre el tramposo (p. ej. el impago de una deuda registrada por el dinero) motivando así una cooperación más intensa y continua.
Así aparecieron ya en el Paleolítico temprano las primeras expresiones antecedentes del dinero en forma de conchas perforadas, dientes, cuentas de perlas, piezas de oro, plata,… en fechas enormemente tempranas y geográficamente dispersas, que podrían alcanzar los 40.000 e incluso los 75.000 años de antigüedad. A pesar de esta dispersión, es muy probable que el origen de estos objetos recolectados y labrados se encuentre en África, donde surgieron los Sapiens, y que por su evidente ventaja adaptativa se trasladaran al mundo entero con su radiación. Su concepción como objetos de arte primigenios ha dado paso a interpretaciones ulteriores. El hecho de dedicar no despreciables cantidades de tiempo y esfuerzos de individuos a recolectar y fabricar, por ejemplo, collares de conchas perforadas tuvo que contar con un importante beneficio adaptativo como contrapartida, especialmente en una era en la que los humanos vivían constantemente al borde de la inanición.
El dinero intensificó la capacidad humana para la cooperación hasta hacerlo universal, reforzándola más allá de los límites biológicos del parentesco donde los genes compartidos podrían explicar al menos parcialmente su existencia. Extendiendo el radio de cooperación, aparecería el altruismo recíproco, y el dinero no sería sino la codificación de este altruismo cuando la posible reciprocidad se demora excesivamente como para ser recordada y organizada oralmente. Es decir, el dinero codificaría el intercambio de favores que en el futuro habrán de ser recompensados por nuevos favores, con el aval de la comunidad de individuos que respalda ese reconocimiento.
El dinero sería así una pieza de información que expresa un altruismo recíproco retrasado, y que simplifica el proceso de reconocimiento facial y de recuerdo de favores para recuperar quién hizo qué y para quién. Pues el altruismo recíproco está gravemente limitado por nuestra poco fiable memoria. El dinero, además, proporciona una forma de cuantificar de manera sencilla el valor de estas acciones «altruistas» que esperan reciprocidad. Algunas otras especies tienen cerebros grandes, construyen sus propias casas o fabrican y usan herramientas. Sin embargo, ninguna otra especie ha producido una mejora semejante en el funcionamiento de su altruismo recíproco como el dinero. Hasta tal punto que el aprecio estético grabado en nuestra genética acabó asociándose con aquellos objetos simbólicos que se empleaban con el dinero (como el brillo de los metales, o el atractivo de las joyas).
Mientras no existió la escritura, el dinero fue una de las primeras formas de expresar una información enormemente relevante para la supervivencia: la cantidad de favores que deben recibirse a cambio de los prestados anteriormente. Los elementos que podían coleccionarse y emplearse como dinero se expanden entre los Sapiens en el registro arqueológico, sirviendo probablemente como recurso mnemotécnico primitivo que podría usarse como ayuda para recordar los términos del tratado. El reconocimiento social de esta información intercambiada permitió reducir el “riesgo crediticio” y además acumular indirectamente recursos “virtuales”, análogos a la grasa corporal, constituyendo un seguro para cuando los tiempos adversos provocasen escasez de alimento, abrigo u otros bienes imprescindibles para sobrevivir. El dinero sirve desde tiempos paleolíticos de depósito de riqueza ante la escasez.
No hay que perder de vista, tampoco, que los términos de cooperación no fueron siempre positivos o constructivos. Además de recordar los favores recibidos para cobrarlos más adelante, el dinero también permitió simbolizar los agravios recibidos. Muy pronto diversas culturas, ya entre los cazadores-recolectores, comprendieron que el pago era mejor que el castigo, tanto desde un punto de vista individual como grupal, porque resolvía el mismo problema de la triple coincidencia entre el acontecimiento, la oferta y la demanda. Esa triple coincidencia es renuente a darse en hitos vitales como la herencia, el matrimonio o el tributo, y tampoco se da en el juicio. El dinero evitaba la necesidad de que en él tuvieran que coincidir la capacidad del demandante para pagar los daños, así como la oportunidad y el deseo del demandado de beneficiarse de ellos. Si el remedio pagado en especie era algo que o bien el demandante o bien el demandado ya tenían en abundancia, el acuerdo probablemente no satisfaría a alguna de las partes y, por lo tanto, no frenaría el ciclo de violencia o venganza. El dinero permitía postergar ese cobro, actuando como forma intermedia capaz de independizar hechos y circunstancias. Por eso la gestión de los conflictos impulsó la aparición del dinero, mucho menos lesivo que los ciclos destructivos de venganza y guerra por vendetta.
Esta ventaja ejerció una presión que explica que, como sabemos desde el siglo XIX por K. Menger, el dinero surja de forma natural, espontánea e inevitable a partir de un volumen suficiente de trueque de mercancías. Al fin y al cabo, el trueque de los grupos de cazadores-recolectores fue suficiente durante milenios por su carácter fundamentalmente autárquico, pero con el crecimiento de las poblaciones neolíticas las interacciones y la complejidad aumentaron y el trueque mostró sus limitaciones (dificultades para la divisibilidad, inestabilidad del valor de los bienes, número de precios que escala geométricamente con el número de bienes y servicios,…). El dinero mercancía empleado por su valor intrínseco (desde el ganado hasta la sal) dio paso a otras formas que mejoraron con sus características la necesidad de hacer más fluido el intercambio. Era conveniente y cada vez se hizo más necesario que el dinero fuese algo duradero, fácilmente transportable, ocultable, divisible y medible, fiable u homogéneo, difícilmente falsificable, predecible y relativamente escaso (y, por tanto, costoso de conseguir).
Los ejemplos son múltiples: la localización y concienzuda perforación y tratamiento de pieles, dientes y conchas en el Paleolítico. También la conocida extracción, fundición y acuñación de metales preciosos desde la antigüedad hasta nuestros días. También la elaboración sutil, técnica y esforzada de obras de arte cuyo fin original fue pronto reutilizado a nivel comercial. Asimismo sucede con la fusión de las anteriores artes en la ardua fabricación de joyas, hechas a partir de metales preciosos o piedras raras con habilidosas técnicas de orfebre y las formas estéticas más atractivas. O, sin duda, el costoso proceso actual para minar criptomonedas. Mientras el reconocimiento social fijase su mirada en esa expresión de información bajo el soporte que fuese, el dinero podía funcionar.
El dinero pues constituyó una «tecnología de la información» que sirvió como depósito y transferencia de riqueza, distinguiéndonos del resto de especies. Además, rompió las limitaciones del trueque, mejorando el funcionamiento del intercambio comercial, lo que aumentó la eficiencia en la recolocación de recursos según las distintas necesidades y capacidades de los grupos humanos que a su vez se iban especializando geográfica y estacionalmente. La desconfianza sistemática entre estos grupos fue mitigada por el dinero, que redujo el coste para desarrollar un altruismo recíproco claramente ventajoso. Todo ello estableció una estrategia evolutivamente estable que mejoró la adaptación de nuestra especie y desplazó a otras como la de los Neandertales. Favorecer el comercio, además, presentaba ventajas sobre otros mecanismos para la obtención de recursos (como la conquista), pues ocasiona muchos menos costes a cada transacción.
Afianzar la especialización geográfica y estacional de la producción nos llevó a la Revolución del Neolítico, que nos sedentarizó como agricultores y ganaderos. Pero sin el dinero no se habría podido explicar la aparición de otra gran revolución que articuló esta misma sedentarización y que permitió la aparición de las civilizaciones más antiguas haciendo aún más dinámico y perdurable el crecimiento e intercambio de información: la revolución de la escritura. Pero ya llegaremos a esa historia. Antes, vaya por delante esta propina.
Muy buena aportación.