El mito de la puñalada por la espalda
El peligro de la propaganda ad nauseam en el período de entreguerras
En 1918, Alemania se enfrentaba a una situación crítica. Tras cuatro años de guerra a una escala que jamás el mundo había conocido, combatiendo entre trincheras que se movían palmo a palmo con un desgaste brutal, estaba al borde de la derrota. Pero más allá de la realidad material de su inminente descalabro y consecuente rendición, la construcción del relato y la gestión de la información sobre esta realidad iba a ser determinante para distorsionar la percepción social hasta modificar la historia de las siguientes décadas.
Aunque en 1918 los frentes comenzaban a desmoronarse del lado alemán, con incipientes insubordinaciones y la falta palmaria de recursos básicos, la incomunicación entre varios de ellos y la información suministrada desde Berlín intentaba persuadir de lo contrario, arengando a sus huestes. Para muchos en el país y en las filas del ejército, la situación parecía aún controlable. Al fin y al cabo, las fronteras alemanas se encontraban en su máxima expansión. Nunca el imperio Alemán había sido tan grande como en 1918:
En las trincheras alemanas, la información que llegaba a los soldados era ambigua y, en muchos casos, exageradamente optimista. A los combatientes se les mantenía en la idea de que la victoria todavía era alcanzable. Esta desconexión entre el frente y la realidad de una Alemania exhausta y cada vez más aislada contribuyó a que el final abrupto de la guerra sirviera de caldo de cultivo para la aparición de interesados mitos.
Finalmente, un día por sorpresa, llegó la noticia: Alemania se rinde y pide un armisticio. Su derrota en la primera guerra mundial se debió, según los historiadores, a un cúmulo de razones estructurales. Entre otras, un agotamiento total de sus recursos económicos y militares, agravado por el bloqueo naval impuesto por los Aliados que desmoronó su economía. Además, la devastadora gripe española de 1918 que estaba causando enormes bajas a ambos lados de la contienda debilitó especialmente a sus tropas y al país entero, agravando aún más la situación, con un sistema sanitario incapaz de contener la crisis. Sumado a esto, sus principales aliados —el Imperio Austrohúngaro y el Imperio Otomano— colapsaron, dejando a la nación en aislamiento total y sin apoyo estratégico. Como suele suceder en la historia, se trató de un fenómeno complejo multicausal que merece ser estudiado. Pero eso cuesta. Es más sencillo simplificar el relato.
La rendición fue recibida con sorpresa y confusión, dado que no hubo una invasión directa al suelo alemán. La ausencia de una ocupación efectiva del territorio creó una narrativa confusa sobre la naturaleza de la derrota. Además, el Tratado de Versalles de 1919 impuso unas condiciones económicas y territoriales que también humillaron profundamente a Alemania. La "Cláusula de Culpa de Guerra", que obligaba a Alemania a aceptar toda la responsabilidad del conflicto, desencadenó un resentimiento en la población, pues sentían que el castigo era desproporcionado y que sus líderes les habían fallado. Ciertamente, las enormes reparaciones impuestas asfixiaron la economía e hicieron del tratado un símbolo de injusticia y de opresión extranjera, lo que cimentó una narrativa de humillación y derrota que sería un terreno fértil para la idea de la traición interna.
La situación dentro de Alemania era caótica y reflejaba las profundas divisiones sociales que la guerra solo había intensificado. La derrota precipitó el colapso del Imperio Alemán y la abdicación del káiser Guillermo II, mientras que las fuerzas de izquierda iniciaron la Revolución de Noviembre de 1918. Este periodo de agitación social provocó enfrentamientos entre la clase obrera, ansiosa por reformas, y las élites conservadoras, que temían perder poder y estabilidad. La inflación, el desempleo y la escasez de alimentos azotaban a una sociedad fragmentada y sin rumbo claro. La caída del antiguo régimen dio paso a una democracia incipiente, pero también dejó un vacío que los conservadores percibían como una traición a los valores y a la tradición alemana. Muy pronto comenzó a correr por los mentideros la idea de que quienes habían firmado el armisticio de noviembre de 1918 eran los “criminales de noviembre”. Comenzaba a forjarse el mito.
La creación y difusión del mito
La historia del antisemitismo es larga y en absoluto exclusiva de Alemania. Los judíos fueron segregados y expulsados en reiteradas ocasiones por toda Europa. En el siglo XIX, se produjo un renacimiento de esta actitud antisemita, reforzado por teorías raciales que pretendían dar legitimidad científica a la xenofobia. En Alemania, este sentimiento antisemita estaba profundamente entrelazado con una noción de identidad nacional emergente y exclusiva que presentaba a los judíos como una amenaza para la "pureza" y homogeneidad cultural del pueblo alemán. La industrialización y los rápidos cambios sociales exacerbaron estos prejuicios, y los judíos, que habían logrado cierta movilidad social en décadas anteriores, comenzaron a ser percibidos como agentes desestabilizadores. Este trasfondo fue esencial para que, a principios del siglo XX, las ideas antisemitas fueran aceptadas y reforzadas en amplios sectores de la sociedad alemana, facilitando la creación de narrativas conspirativas en su contra.
Ante la desilusión y el resentimiento generalizados tras la derrota en la primera guerra mundial, los líderes militares y conservadores alemanes buscaron una explicación que les eximiera de culpa y restaurara la dignidad nacional. Así, surgió la "teoría de la puñalada por la espalda" (Dolchstoßlegende), que culpaba de la derrota a ciertos sectores de la sociedad, como los socialistas, comunistas y, especialmente, a los judíos, presentándolos como traidores que habían saboteado el esfuerzo de guerra desde dentro. Este mito fue difundido ampliamente, encontrando terreno fértil en una población dolida y ansiosa por encontrar responsables, y sirvió como una herramienta política para consolidar el odio y la sospecha contra aquellos considerados "enemigos internos".
Incluso el primer presidente de la etapa democrática de Weimar y miembro del partido socialdemócrata, Friedrich Ebert, contribuyó al mito haciendo suya la proclama que trataba de confortar a los veteranos que regresaban repitiendo: "Ningún enemigo os ha vencido" y "volvieron invictos del campo de batalla". La puñalada por la espalda se convirtió en una narrativa poderosa que ofrecía una explicación simple a una derrota compleja, lo cual resultaba atractivo para una sociedad que buscaba desesperadamente respuestas. Y muy pronto comenzó a prosperar en la propaganda de la época.
El mito fraguó además como el producto de una alianza tácita entre las élites conservadoras y sectores populares afectados por la crisis. Las élites, temerosas de perder su posición y poder frente al auge de las ideologías de izquierda, encontraron en él un recurso para preservar su influencia, atribuyendo la culpa de los problemas del país a grupos "traidores". Por otro lado, el pueblo, golpeado por la precariedad y el desempleo, la inflación y la inestabilidad, necesitaba explicaciones y responsables claros para su situación desesperada. La narrativa del chivo expiatorio, que concentraba la culpa en ciertos grupos internos, ofreció a estos sectores populares un sentido de unidad y una vía para canalizar su frustración, alineándolos con las élites en su desconfianza hacia los "enemigos" internos.
Durante los años veinte, la Liga de Oficiales Alemanes y otras asociaciones de veteranos, que tenían gran legitimidad y respeto en la sociedad, promovieron esta narrativa de traición, utilizando sus experiencias y sus conexiones con los medios para reforzar la narrativa de que Alemania había sido traicionada desde dentro. Los periódicos y panfletos nacionalistas también jugaron un rol fundamental en la difusión del mito, presentándolo de manera continua y repetida como una "verdad" incuestionable. De nada sirvieron los intentos de los judíos de defender su rol en la defensa de la patria, como en este cartel:
La construcción de la narrativa de la puñalada por la espalda para establecer un chivo expiatorio sentó las bases para que, más adelante, los nazis la convirtieran en uno de los pilares de su propaganda, uniendo a la sociedad alemana en torno a la idea de un enemigo interno y la necesidad de purgarlo para restaurar el honor nacional.
En la propaganda nazi hasta la náusea
El Partido Nazi, liderado por Adolf Hitler, muy pronto adoptó el mito para aunar a una población dividida en torno a un enemigo común y a una causa: vengar la supuesta traición y restaurar la grandeza de Alemania. Hitler hizo recurrentes alusiones a la Dolchstoßlegende en sus discursos, responsabilizando a la República de Weimar y a los socialdemócratas y judíos de haber traicionado al país y haber entregado el poder a "enemigos internos". Su reiteración sería un arma propagandística esencial para posicionarse como los únicos defensores legítimos de Alemania y permitió construir un sentido de urgencia y crisis nacional que justificaba medidas extremas y otorgaba legitimidad a su proyecto político autoritario1.
De entre todas las formas de manipulación propagandística hay una frente a la que hay que azuzar el pensamiento crítico y es la falacia ad nauseam: este tipo de argumento que pretende validarse por la mera repetición insidiosa de una falsedad. Y el maestro que asoció su nombre al empleo de esta estrategia fue Joseph Goebbels, ministro de propaganda del Tercer Reich. A él se le atribuye esa conocida frase que circula como titular de una estrategia política y propagandística esencial:
Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad
Goebbels empleó esta técnica de forma industrializada explotando el mito de la puñalada por la espalda. A través de discursos, carteles, películas y medios de comunicación, Goebbels se aseguró de que la narrativa de la traición interna estuviera siempre presente en la vida cotidiana de los alemanes. La estrategia consistía en repetirlo ad nauseam hasta que fuera aceptado como una verdad incuestionable que trascendiera los hechos históricos.
Este fenómeno psicológico tiene una base científica que ha sido después minuciosamente comprobada en diversos estudios como estos o estos. La constante repetición en los medios, desde periódicos como Der Stürmer hasta la radio estatal, convirtió el mito en una realidad aceptada por amplios sectores de la sociedad alemana. Las caricaturas, artículos y discursos públicos representaban a los judíos, comunistas y socialdemócratas como traidores que conspiraban para destruir a Alemania y a la que urgía defender.
El mito sirvió a su vez para una teoría aún más extensa: el relato de una derrota alimentó la idea de una conspiración judía global destinada a destruir a Alemania y al mundo ario. Controlando sectores clave, desde la banca y los medios hasta los gobiernos de otros países, crearon la idea de que los judíos estaban conspirando activamente contra el pueblo alemán. Esta teoría conspirativa reforzó el antisemitismo como un recurso político central, permitiendo a los nazis justificar políticas de segregación, persecución y, finalmente, exterminio. El mito de la traición, así, se expandió hasta formar parte de una ideología antisemita global que proporcionó una "explicación" a los problemas de Alemania y un enemigo claramente identificable en la figura del "judío conspirador".
El mito encajó así a la perfección en el discurso populista del nazismo, que se alimentaba del resentimiento social y ofrecía soluciones simples a problemas complejos. En lugar de abordar las causas estructurales de la crisis económica y política de Alemania, el nazismo ofreció a las masas un enemigo tangible en el que proyectar sus frustraciones. La creación de un enemigo común —el judío, el comunista, el socialista— permitió al Partido Nazi unificar a la población bajo la promesa de una "purificación" social y moral de la nación. Este vínculo entre populismo y la creación de un enemigo externo fue esencial para construir la base de apoyo popular que el régimen necesitaba para llevar adelante su programa de violencia y represión.
La puñalada por la espalda también legitimó el uso de la violencia estatal como un medio necesario para "defender" la nación. La narrativa de la traición interna dio pie a la creación de un estado totalitario que justificaba la vigilancia, represión y eliminación de todos aquellos considerados "enemigos" del Reich. Las leyes antijudías, la persecución de comunistas y socialistas, y la creación de campos de concentración fueron presentados como medidas de protección y purificación, necesarias para restaurar la grandeza de Alemania. El mito se convirtió, así, en una herramienta fundamental para justificar la brutalidad del régimen y para consolidar un sistema de violencia estatal sin precedentes en la historia moderna.
El peso de este mito fue tal que, cuando en la Segunda Guerra Mundial las tornas empezaron a cambiar tras el inicial dominio nazi, los aliados reflexionaron sobre cómo debía producirse el final de la guerra y el efecto que este mito había tenido como desencadenante. Por eso, comenzaron a planear ya desde 1943 exigir una rendición incondicional a Alemania, en buena medida para evitar que se repitiera el mito de la puñalada por la espalda. Sería necesario no reincidir en la humillación y el bloqueo económicos del Tratado de Versalles, pero también que el régimen nazi se rindiera incondicionalmente para que el pueblo alemán asumiera que habían perdido la guerra por sí solos, y que el mito no pudiera revivirse.
Persuasión y mentira al servicio del poder
La información y su manejo han sido, históricamente, herramientas poderosas para movilizar a las masas y transformar sociedades. La capacidad de persuasión de la especie humana es esencial en nuestra fuerza colectiva. De forma que el modo en que los hechos y relatos son seleccionados, presentados y repetidos puede crear realidades emocionales que impulsan a las personas a actuar. En el caso del mito de la puñalada por la espalda, el control de la narrativa permitió a los líderes nazis no solo construir una explicación plausible para la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, sino también canalizar la frustración y el resentimiento de la población hacia objetivos específicos y en buena medida sentirse con las fuerzas necesarias como para desencadenar el mayor conflicto que hasta la fecha hemos conocido. Así, la información manipulada se convierte en una forma de persuasión capaz de motivar a las personas a participar en movimientos que quizás nunca hubieran apoyado en otras circunstancias.
Esta historia resuena hoy en día, cuando las narrativas populistas y conspirativas apelan a las emociones más básicas, presentando realidades complejas de manera simplista y ofreciendo respuestas fáciles a problemas difíciles. La tentación de creerlas, ir contracorriente y sentirnos pensadores críticos y autónomos es un poderoso atractivo. Este mito es un ejemplo claro de cómo estas narrativas pueden convertirse en un peligro real cuando se difunden ampliamente. Las teorías de conspiración y el populismo suelen dividir a las sociedades, enfrentando a “buenos” contra “malos” y alimentando el odio y la sospecha, desviando la atención de las causas estructurales de los problemas y dirigiendo la frustración hacia objetivos concretos, a menudo generando violencia y destrucción. Los enemigos de la patria. Los extranjeros. La casta.
La esfera digital hoy nos proporciona enormes medios para acelerar la falacia ad nauseam que empleó Goebbels y en general el Tercer Reich con maestría. Las plataformas digitales permiten a los actores políticos y a las campañas de desinformación utilizar la repetición sin control ni regulación, instalando falsedades en la mente colectiva. El debate sobre una regulación más intervencionista sobre esta explosión de teorías conspirativas y máquinas de desinformación está abierto, porque precisamente la descentralización y la libertad de expresión habían resultado un pilar democrático innegociable como forma para neutralizar las noticias falsas y criticar al poder establecido. La democracia que este año tanto ha votado está siempre en peligro.
El mecanismo subyacente al mito de la puñalada por la espalda, sin embargo, sigue completamente vigente. La repetición de mentiras erosiona la capacidad de las personas para cuestionar lo que oyen y leen. Con ella se produce una parálisis del pensamiento crítico, convirtiéndonos en blancos fáciles y receptores pasivos de viejas formas de propaganda actualizadas, con teorías conspirativas y narrativas populistas. Además, en un contexto global de desconfianza en las instituciones, discursos que señalan a un "enemigo interno" o "traidor" resurgen como fórmulas recicladas para ganar poder o influencia, reverberando en burbujas informativas que refuerzan creencias y actitudes. Y como en el mito, pueden ser capaces de canalizar peligrosas fuerzas hasta el desastre.
Si, junto a la propaganda nazi, os interesa profundizar en la batalla de la propaganda en la Segunda Guerra Mundial, os recomiendo el libro de mi buen amigo
:
Impresionante documento, desconocía por completo esta historia.
Excelente artículo, Javier. Me permito, como apunte extrainformativo, sugerir la lectura de la tetralogía de Alfred Döblin «Noviembre 1918», que transita por los años del fin de la guerra y la revolución de Weimar y que ofrece una mirada literaria sobre ese periodo del que hablas.