Desde sus inicios, las primeras civilizaciones descubrieron en la escritura una herramienta fundamental para consolidar su poder y legitimidad. En los grandes imperios como el sumerio, el egipcio y el babilónico, la capacidad de registrar eventos, acuerdos y decretos permitió a sus gobernantes perpetuar la memoria de sus hazañas y controlar la complejidad creciente de sus sociedades. La escritura, con su capacidad de fijar en el tiempo los intercambios económicos, estableció las bases para el comercio organizado, así como la acumulación de conocimientos protocientíficos en áreas como la astronomía y la agricultura. Los primeros juntaletras fueron su sostén.
Sin embargo, este avance enfrentaba un obstáculo clave: la dificultad de representar ideas abstractas. Los primeros sistemas de escritura, basados en pictogramas, permitían plasmar fácilmente objetos concretos, como animales, plantas o herramientas, pero no tenían un medio claro para expresar conceptos más complejos como la justicia, el amor o el tiempo. Todos los sistemas que surgieron por todo el globo enfrentaron este mismo desafío y para tratar de resolverlo profundizaron en una vieja capacidad de la que los Sapiens disponían gracias a su pensamiento simbólico, íntimamente relacionada con el desarrollo de su lenguaje, y que los diferencia de otras especies por más complejas que estas sean: ser capaces de comunicarse indirectamente sobre lo que no está aquí y ahora.
El principio de rebus: Un puente hacia lo abstracto
Los distintos sistemas de escritura desarrollaron una respuesta ingeniosa y semejante ante la dificultad de representar lo abstracto: el principio de rebus (de la frase latina res pro rebus, que significa «una cosa por otra»). Este método permitía que un símbolo no solo representara un objeto o idea, sino que, aprovechando el sonido de su palabra en la lengua hablada, pudiera usarse para formar nuevas palabras o conceptos abstractos. Este principio fue una herramienta clave en sistemas de escritura complejos como el sumerio y el egipcio, y sentó las bases para una revolución posterior.
Un ejemplo claro de este principio lo encontramos en el sumerio cuneiforme, donde para expresar la idea de "hermosa" (“shehga”), se utilizaban los signos que más se aproximen a los sonidos "sheh" y "ga": El símbolo para la cebada (“essheh”) proporcionaría la primera parte del fonema para formar la palabra; el símbolo para la leche (“oga”) pondría el resto. Y así, dibujada la cebada y la ubre de una vaca unidas, obtendríamos esa hermosa palabra para seguir indagando en el insondable misterio de la belleza:
Como los sumerios, los egipcios emplearon mecanismos semejantes a partir de su sistema jeroglífico. Un símbolo como el de un "búho", que visualmente representaba al animal, podía ser utilizado para expresar también el sonido "m" con el que formar nuevas palabras que permitieran representar ideas mucho más complejas y abstractas. En nuestra lengua, la maternidad, la misión, la muerte.
Sin embargo, pese a su genialidad, este sistema seguía siendo enormemente críptico y extremadamente especializado, ligado al alto nivel de jerarquización de la sociedad egipcia1. Solo los escribas, una clase elitista formada durante años, podían dominar estos principios y sus combinaciones, asociadas a la deidad y al poder real. La escritura permanecía como una herramienta al servicio de la clase dominante, alejando a la mayoría de la población del acceso al conocimiento y el poder2.
La rebeldía de un pueblo sometido
Hace miles de años, a la sombra de las pirámides, cuentan que un pueblo semita, que trabajaba bajo una modalidad un tanto esquiva, no se sabe si forzosa o esclava, observaba con una mezcla de recelo y asombro la monumental cultura egipcia. El sudor de su frente se mezclaba con la polvorienta arena del desierto ayudando a levantar aquellos templos y aquellas tumbas, que estaban repletas en sus cuatro costados por jeroglíficos delicadamente tallados y pintados. Aquellos códigos ocultaban, en buena medida, parte de la grandeza egipcia, que era hurtada al progreso de los pueblos nómadas y ágrafos. Aquel lenguaje estaba reservado para dioses y reyes.
Entonces sucedió algo.
Probablemente no fue un ingenio individual, ni un suceso que aconteciera de un día para otro. Atravesó algunas generaciones. Pero cambiaría la historia: Unos cuantos miembros de aquel pueblo sometido, que trasteaban con los jeroglíficos egipcios, hicieron de la necesidad virtud, y adoptaron a su manera algunos de aquellos signos que no eran capaces de comprender para sacarles aún más partido. La distancia entre los símbolos sagrados y la vida cotidiana - la suya misma, y la de tantos egipcios de a pie - iba a ser revolucionariamente rota. ¿Qué pasaría si esos mismos símbolos, en lugar de representar de forma oscura tanto ideas abstractas como fonemas, deidades como objetos, se limitasen a capturar los sonidos del sistema más democrático de comunicación, el de su propia lengua cananea?
En las minas del Sinaí3, aquellas generaciones del pueblo semítico comenzaron a reutilizar algunos de estos jeroglíficos para representar directamente los sonidos y solo los sonidos que emanaban de sus labios. Esto reduciría decisivamente la complejidad de la escritura y permitiría que cualquier persona alfabetizada pudiera leer y escribir sin necesidad de pasar por años de entrenamiento especializado a través de complejos y reservados ritos de iniciación. Aunque las élites durante siglos acapararían esta invención y durante siglos las masas analfabetas tendrían que vérselas para poder acceder al conocimiento, la barrera de la casta de los escribas comenzaba por fin a agrietarse.
Así, por ejemplo, tomaron el símbolo egipcio de una "cabeza de buey" para representar el sonido "alef", que en su lengua significaba el comienzo de la palabra para "buey". De aquella cabeza de ganado, progresivamente invertida, emergería nuestra letra A. Lo mismo hicieron con el símbolo empleado para la casa, "bet", transformando lo que antes era un dibujo lleno de simbolismo en un simple signo orondo que acabaría dando lugar a nuestra letra B. Y así sucesivamente, fueron construyendo una revolución dentro de otra revolución haciendo que cada una de las letras pudiera ser usada para construir palabras, ideas, emociones. El alfabeto para la escritura sirvió como forma para derruir el bastión impenetrable reservado a los poderosos, poniéndola al alcance de todos. La voz del pueblo, por primera vez, podía plasmarse en piedra o en arcilla.
Este alfabeto primitivo, aún rudimentario, no solo rompía con la exclusividad del conocimiento de los escribas, sino que abría las puertas para que el crecimiento de la información pudiera seguir progresando. Buena parte de su éxito se palparía de forma temprana en las culturas que lo adoptaron y, de ahí, se expandiría por todo el mundo.
La expansión mundial del alfabeto
Los habitantes del levante encendieron la chispa, y así fue cómo llegó a manos de los fenicios quienes tomaron esa invención y la transformaron en algo aún más útil y accesible. Volcados en el Mediterráneo entre los poderes asirio y egipcio, fueron marineros y comerciantes expertos que requerían de un sistema de escritura que fuera rápido, práctico y capaz de adaptarse a las múltiples lenguas con las que se encontraban durante sus viajes. El alfabeto semítico, con su simplicidad fonética, era ideal. Los fenicios lo hicieron suyo y lo refinaron, creando un sistema de escritura eficiente que no solo representaba los sonidos del habla, sino que podía ser aprendido con relativa facilidad por personas no especializadas.
Este alfabeto fenicio comenzó a expandirse por todo el Mediterráneo, y pronto llegó a manos de los griegos, quienes realizaron una mejora crucial: la incorporación de vocales. Hasta entonces, el alfabeto fenicio solo había representado consonantes, lo que producía textos que todavía generaban cierta ambigüedad en la lectura, a pesar de que en las consonantes es donde más información se condensa. Al introducir vocales, los griegos hicieron que la escritura fuera mucho más clara y cercana al habla cotidiana, permitiendo una mayor precisión en el lenguaje escrito. Y, aun más, introducirían otras mejoras como la escritura de izquierda a derecha que tiene adicionales ventajas en el procesamiento de la información4.
Con estas mejoras, el alfabeto se convirtió en una herramienta fundamental para la expansión del comercio, el conocimiento y la política. Los fenicios lo llevaron a sus colonias en todo el Mediterráneo, mientras que los griegos lo adaptaron para registrar sus leyes, filosofía y poesía. Esta capacidad de conectar el lenguaje hablado con la escritura de manera directa democratizó en cierta medida el acceso al conocimiento, permitiendo que más personas pudieran adquirirlo. No es casualidad que fuera en estas culturas, gérmenes de la civilización occidental, donde se dinamizara la economía y se abriera la participación política hasta experimentar, como excepción histórica, con la forma de gobierno de la democracia.
La escritura alfabética al fin y al cabo permitía una mayor participación política, ya que facilitaba la creación de registros escritos que podían ser más fácilmente discutidos y compartidos en las asambleas. Aunque el ágora era por excelencia un lugar de participación oral, la escritura alfabética es una pieza indispensable para comprender la democracia ateniense, que dependía de la comunicación escrita para la legislación y el debate público. Frente a las Casas de los Libros o Casas de la Vida de los egipcios, restringidas a los escribas, las bibliotecas griegas ampliaron su acceso desvinculadas de los templos. El ejemplo más emblemático lo tenemos probablemente en la famosa Biblioteca de Alejandría, una de las maravillas del mundo, que abarcaba libros sobre todos los temas posibles, procedentes de todas las geografías conocidas: A diferencia de otras precedentes como la biblioteca de Asurbanipal en Nínive, la Biblioteca de Alejandría no estaba restringida al uso del rey o de la élite sino abierta a todas las personas ávidas de conocimiento. Aunque Platón, a través de Sócrates, criticara la escritura por considerarla un medio que debilitaba la memoria, sus reflexiones han podido alcanzar nuestros días sólo porque el alfabeto escrito le permitió capturarlas y transmitirlas universalmente. De hecho, parece bastante probado que los inicios de la filosofía griega estuvieron relacionados con la estructuración del pensamiento originada por su escritura.
Tal fue la potencia informativa que el alfabeto otorgó a la escritura, que su invención no fue sólo un simple avance técnico, sino una revolución cultural que creció hasta convertirse en la base de la mayor parte de los sistemas de escritura del mundo. El empleo del alfabeto ofrece ventajas relevantes incluso a nivel neuronal5. Prácticamente todas las escrituras alfabéticas que se utilizan hoy en día en el mundo se remontan en última instancia al proto-alfabeto semítico que surgió en el Levante6:
De aquellas inscripciones milenarias del pueblo semítico que se supo apropiar de ciertos jeroglíficos egipcios, creció una familia inmensa de alfabetos que se repartieron por todos los rincones del globo. La exportación occidental de los europeos por todo el mundo acabó haciendo además predominar el alfabeto latino por la mayor parte de su superficie, lo que no ha impedido que algunos hayan puesto su mirada en él como parte de la superioridad occidental. Y todo por una rebeldía que transformó el mundo para siempre.
El mismo jeroglífico podía constituir un ideograma (ideas o conceptos completos, como por ejemplo, el símbolo de un sol que podía significar "día"), un fonograma (representando sonidos o grupos de sonidos), o un determinativo (añadidos al final de una palabra para indicar su significado preciso y ayudar a clarificar a los lectores entre las múltiples posibles interpretaciones fonéticas de los mismos signos). Aun así, los egipcios llegaron a desarrollar un conjunto de veintidós jeroglíficos para representar las consonantes de su lenguaje, y uno adicional para representar vocales al comienzo o al final de una palabra. Sin embargo, no parece que lo adoptaran como escritura puramente alfabética, posiblemente debido al gran valor simbólico inherente a cada jeroglífico y al contexto altamente jerarquizado con la élite y los escribas en la cúspide social.
Eso no quita para que el sistema no dejara de recibir presiones para popularizar la escritura, tal y como se manifestó en el desarrollo de los jeroglíficos demóticos o populares frente a los jeroglíficos hieráticos propios de la casta sacerdotal.
Hablamos por ejemplo del sitio de Serabit el-Jadim, donde la arqueología ha encontrado inscripciones protoalfabéticas alrededor del año 1800 a.C.
Somos mayoritariamente diestros probablemente porque en el hemisferio izquierdo que potencia esa motricidad se desarrolló especialmente nuestra capacidad lingüística, que nos diferencia como especie. Eso hace que la escritura sea más sencilla de izquierda a derecha. Los griegos heredaron la direccionalidad de derecha a izquierda de los fenicios y tras atravesar un período intermedio en el que emplearon un sistema de direcciones alternas en cada línea escrita conocido como boustrophedon, finalmente fijaron a partir del siglo V a.C. la dirección de escritura de izquierda a derecha. Algunos estudios más recientes apuntan incluso a que la propia lectura en esa dirección resulte más sencilla desde el punto de vista cerebral.
Según algunos estudios, las neuronas se activan más ágilmente ante objetos que muestran simetría vertical, como rostros humanos, y líneas horizontales y verticales, que son comunes en paisajes naturales. Las escrituras alfabéticas priman precisamente tanto la verticalidad y la horizontalidad de los caracteres como su simetría.
De hecho, entre las distintas variantes con las que se difundió el sistema alfabético de los pueblos cananeos, la de los fenicios resultó singularmente prolífica: De él se derivaron fundamentalmente dos grandes y fecundas ramas, la del arameo (siríaco, árabe, tibetano, bengalí, nepalí, tailandés, hebreo clásico…) y la del griego (copto, godo, armenio, georgiano, cirílico, latino,…).
Wow interesante y siempre aprendiendo más. Gracias 🙏🏼☺️
Muy interesante, escuchaba el otro día un capítulo en Victoria Podcast sobre este tema. La escritura es el gran avance de la humanidad. ¡Gracias por tu trabajo!